Oda al Aceite de Pablo Neruda

Queremos compartir con vosotros esta Oda al Aceite de Pablo Neruda, uno de los más importantes literatos del siglo XX. El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma, como dijo Gabriel García Márquez. En la revista «Caballo Verde», dice Pablo Neruda: «Así sea la poesía que buscamos... Una poesía impura como un traje, como un cuerpo con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecía, declaraciones de amor y odio, bestia sacudida, idilios, creencias políticas, negaciones, afirmaciones, impuestos.»
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Este precioso poema Oda al Aceite pertenece a Nuevas odas elementales, de 1956. La causa directa por la que empezó a escribir «Las Odas» fue la proposición de Miguel Otero Silva, director del periódico de Caracas «El Nacional» para una colaboración semanal de poesía. El aceptó a condición de que esta colaboración no formara parte del suplemento literario, sino que la colocaran en las páginas dedicadas a crónicas: «Así logré publicar una larga historia de este tiempo, de sus cosas, de los oficios, de las gentes, de las frutas, de las flores, de la vida, de mi posición, de la lucha, en fin, de todo lo que podía englobar de nuevo en un vasto impulso cíclico mi creación». Sin más dilación, os dejo con estas líneas cargadas de historia y de belleza:

Oda al Aceite

Cerca del rumoroso cereal, de las olas del viento en las avenas,

el olivo

de volumen plateado, severo en su linaje, en su torcido corazón terrestre; las gráciles olivas pulidas por los dedos que hicieron la paloma y el caracol marino: verdes, innumerables, purísimos pezones de la naturaleza, y allí en los secos olivares donde tan sólo cielo azul con cigarras, y tierra dura existen, allí el prodigio, la cápsula perfecta de la oliva llenando con sus constelaciones el follaje: más tarde las vasijas, el milagro, el aceite.

Yo amo las patrias del aceite, los olivares de Chacabuco, en Chile, en las mañanas las plumas de platino forestales contra las arrugadas cordilleras en Anacapri, arriba, sobre la luz tirrena, la desesperación de los olivos, en el mapa de Europa, España, cesta negra de aceitunas espolvoreada por los azahares como una ráfaga marina.

Aceite, recóndita y suprema condición de la olla, pedestal de perdices, llave celeste de la mayonesa, suave y sabroso sobre las lechugas y sobrenatural en el infierno de los arzobispales pejerreyes. Aceite, en nuestra voz, en nuestro coro, con íntima suavidad poderosa cantas; eres idioma castellano: hay sílabas de aceite, hay palabras útiles y olorosas como tu fragante materia. No sólo canta el vino, también canta el aceite, vive en nosotros con su luz madura y entre los bienes de la tierra aparto, aceite, tu inagotable paz, tu esencia verde, tu colmado tesoro que desciende desde los manantiales del olivo.

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